jueves, 19 de abril de 2012

DÍA 82: El mocosaurio.

Durante todo este tiempo de letargo 'bloguero' he seguido con mi vida en Madrid. Todavía no he bailado un chotis -no encuentro una buena baldosa- ni he comido un bocata de calamares. Bueno, miento. El 100 Montaditos, en el que dejo gran parte de mi sueldo de teleoperadora, ha renovado su carta y se ha puesto un poco madrileña, ofreciendo un bocadillín formado por dos rabas. Es un paso.

No os fiéis de la imagen. Se aleja un poco de la realidad.


No os creáis que no he escrito porque no me ha pasado nada interesante, ha sido pura vagancia. Madrid es un pozo de aventuras absurdas. La gente, los ambientes, los acontecimientos... Siempre habrá un punto en Madrid en el que esté pasando algo fuera de lo normal. No sé si esto también pasará en mi tierra querida, pero, si es así, yo no lo he notado.

Los personajes de Madrid dan ambientillo a mi día a día y noches de karaoke. Personas no muy agradables y otras que hacen que te sientas un reportero de Callejeros. Los que tengo grabados con fuego en el alma, corazón y cabeza son tres. Hoy sólo contaré uno. No me presionéis. 

Estaba esperando al metro sentadita en un banco-barandilla. Esos formados por dos barras de metal puestos a distintas alturas. Son para sentarse. Os lo juro. Mientras sudaba con el calor infernal y pegajoso del submundo, un señor elegante apareció de la nada. Se paró justo delante de mí y se quitó las gafas. Yo supuse que era para limpiarlas y quitar la roña de los cristales. Nada más lejos de la verdad. Le debía picar la nariz porque, mientras miraba la patilla izquierda, ni corto ni perezoso, se la introdujo en una de sus fosas nasales. Y hurga que te hurga. No sé si encontró algo, pero a mí los ojos se me quedaron como dos platos. Estuve por pedirle las gafas para ver si de verdad estaba pasando. Pero decidí que mejor no. El tema mocos patilleros nunca me ha apasionado y menos si alcanzan la parte trasera de mi oreja. 

Esta no es la única vez que he visto cómo alguien se saca moquillos en público. No consigo entender por qué lo hacen y menos, cómo lo hacen de forma tan original. El niño que sangra porque pone demasiado ímpetu en limpiar su nariz de rastros verdes. Bueno, es un niño. Pero, ¿y el señor que va conduciendo su Audi y para en un semáforo en rojo? ¿Por qué aprovecha para sentir el vacío en sus fosas nasales? ¿Por qué? No es necesario mostrarle al mundo este tipo de cosas. Y esto pasa en Valladolid y en Madrid. Pasa en todas partes. ¿Cuándo harán un estudio los estadounidenses para ver qué tanto por ciento practica este deporte? Señores de la Universidad de Massachusetts, les animo a investigarlo. Y a los de Kleenex les digo: menos pañuelos con aloe vera y más publicidad para fomentar el uso de papeles para despejar las naricillas españolas. Hombre ya. 

Por cierto, un saludo a mi amigo Mocosaurio, ese niño del cole, el niño que todos hemos tenido en clase, el mocoso. Lo mismo eras uno de ellos. ¿Tú sorbías o te dejabas dos velas? 

Hoy soy lógica. Escato-lógica.